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El Callejero Impreso

“Yo no me he robado un hijueputa peso”: Rafael Martínez

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El Alcalde electo de Santa Marta nos abrió las puertas de su casa, de su historia, y sin censura habla de las dificultades que vivió desde pequeño y cómo ha sacado adelante su vida.

Gennys Álvarez

Reza un viejo adagio popular, “unos nacen con estrellas y otros nacen estrellados”; se le puede agregar, “a algunos les toca buscar su estrella para brillar con luz propia”.

A Rafael Alejandro Martínez lo conoce toda Santa Marta, en especial, quienes votaron por él en las elecciones pasadas. En esta ocasión muestra otra cara, tal vez con la que se identifica cualquier ser humano que ha salido adelante, luchando con tesón para lograrlo.

Sentado en el sofá de la recepción del edificio donde vive por detención domiciliaria por supuestas irregularidades en su administración, con el celular en la mano y con la mirada tranquila, me recibió. Y como toda entrevista, debía despejar las dudas sobre sus inicios. Pues, de un proceso injusto, solo se conoce el final.

“Mi vida es la radiografía de quienes nunca se cansan de luchar. Soy un hombre que se ha hecho a pulso. Llegué a la Alcaldía de Santa Marta por la gracia de Dios. Me defino como un hombre responsable, coherente y consecuente. Con unos valores aprendidos desde casa”, expresó Martínez, al tratar de describirse.

Me llamaba la atención que en medio de su discurso utilizaba las palabras coloquiales que cualquier samario del común tiene presente en su jerga. “No hay vaina más bacana que sentarse a hablar con los taxistas, y con quienes tienen historias por contar. Esto es lo que más añoro”, manifiesta entre risas.

Al aproximarse su cumpleaños número 46, Martínez no le teme recordar su pasado, el cual ha estado marcado por precariedades, carencias, pobreza y falta de oportunidades, él tenía que elegir entre salir adelante o dejarse aniquilar por su entorno. ‘Rafa’ como lo llama el pueblo, es el mayor de 7 hermanos, tiene 4 hijos y está casado por segunda vez.

Hay un personaje en la vida de Rafael Martínez del cual no se cansa de hablar, parece que cada vez que la nombra encuentra más argumentos para confirmar que la vida está llena de retos y que nada es fácil, su madre: “todo se lo debo a ella”, enfatiza Rafael en un tono sereno, plácido, seguro. Le pregunté, ¿cómo surge usted en medio de la pobreza? “Vengo de una familia muy humilde de un corregimiento de Guamal, donde no había agua ni luz eléctrica. Pasábamos muchas necesidades. Mi mamá se fue a buscar nuevas oportunidades a Bogotá. Regresó por mí y nos fuimos para El Banco, lugar en el que nos fue muy bien”.

Tal vez las oportunidades para Rafael no estaban en Colombia, su madre decide marcharse para Venezuela aprovechando la bonanza, en ese momento, del vecino país. “A los 7 años, me llevó a vivir a Caracas, donde estuve hasta los 13. Recuerdo que muy ‘pelao’ trabajé en un camión vendiendo verduras; debido a las circunstancias también acompañaba a un albañil tirando pala y concreto. Trabajé recogiendo semillas de palma en los barrios ricos de Venezuela. Todo esto lo hacía para ayudar a mi mamá y para conseguir mis propios recursos”.

Tal vez se pudiera pensar que esta historia es contada por cualquier persona, menos por el Alcalde de la ciudad a quien la situación lo obligó incluso a vender pasteles. “Esta anécdota es buena, porque resulta que de cada 5 pasteles uno era de un amigo o mío. Una vez vendimos pasteles por 15 días y no funcionó, porque nos comíamos las ganancias”, narra entre risas y carcajadas Martínez, quien reconoció que vendió hasta paletas en las playas de Caracas, además de intentar criar conejos, pero el negocio no funcionó.

Todo este relato me transportaba a las historias de muchos samarios para quienes la vida no ha sido nada fácil. “A la edad de 13 años regresé a mi pueblo (La Pedregosa) en donde volví a mi realidad. Una tía me trajo a Santa Marta a terminar mis estudios. Culminé la primaria en I.E.D. ‘Francisco de Paula Santander’, luego entré al Inem ‘Simón Bolívar’, desde donde empecé a responder por mí mismo”, señala Martínez, quien con nostalgia, pero a la vez satisfecho por el deber cumplido, recuerda los momentos en que fue mesero del antiguo Polideportivo, hasta cerveza le tocó vender.

La historia contada hasta el momento me hacía pensar que para nuestras generaciones todo esto puede sonar a cuento chino y hasta invento, porque se nos hace ajeno creer que la superación de vida puede ser una opción para quienes un día no tuvieron nada. El calor inclemente, pero la conversación entretenida, nada que hacer, ‘Rafa’ disparó su artillería.

“Pienso que a pesar de todo lo vivido, nunca pensé en renunciar. Tenía un ángel que siempre me decía que debía estudiar, que echara pa’ lante. El sacrificio y el esfuerzo los he tomado como parte natural de mi proceso de crianza, por eso a mi hijo mayor le he dicho que se debe trabajar desde temprano, porque las cosas en la vida cuestan. De hecho, ahora en diciembre, lo puse a trabajar en una ferretería. La vida es un cúmulo de esfuerzos, le dije”, esto lo contaba Rafael al responder sobre sus posibles desánimos a su llegada a la ciudad. Agregó, “cuando quise retirarme de los estudios buscaba alternativas para seguir, tantas, que me tocó terminar el bachillerato de noche”.

En Santa Marta las cosas no fueron fáciles para el joven Martínez, quien a su llegada a la universidad del Magdalena debía tomar decisiones difíciles, porque habían días en los que salía y no sabía qué hacer, ya que la escasez de plata le hacían replantearse la idea de estudiar. “Salía para la universidad sin tener con qué desayunar, almorzar o cenar, no sabía qué hacer. Pero gracias a la ayuda de muchos amigos y padrinos, saqué adelante la carrera”.

Los vericuetos para resolver el diario vivir estaban en la inventiva de Rafael, un día trabajaba de algo y al día siguiente le tocaba cambiar, porque sus gastos eran más que sus ingresos, pagar comida, pieza y ropa era su preocupación. “Tenía 15 años cuando me independicé. Trabajé un buen tiempo como ayudante de busetas, cobraba los pasajes por las tardes, ya que en la mañana estaba en el colegio. Cuando salía de la buseta me iba a cargar cajas de banano al Puerto, era uno de los famosos ‘paraguayos’. Recuerdo que por falta de experiencia en este trabajo, cada vez que cargaba una caja tocaba el banano, lo que me abrió las uñas y al día siguiente, no podía tocar nada”.

Todas las situaciones vividas hicieron que Martínez reflexionara sobre temas cruciales que más tardes harían parte de su propuesta política. Militó en el movimiento estudiantil, grupo que luchaba por una tarifa diferencial en el pasaje para estudiantes. “Una vez nos detuvieron por esa revuelta, que venía desde el Inem, pasaba por la Normal de Varones, bajaba y convocaba a los del Rodrigo y el Liceo. En ese proceso conocí muchísima gente, nos sensibilizamos con esa realidad y el papel que los individuos juegan en esas luchas. Todo esto nos ha llevado a luchar por una causa, que las políticas y los entes estén al servicio de todos… No es una cuestión de ricos y pobres”, afirma Rafael.

La universidad del Magdalena dejó una huella en la vida del alcalde Martínez, allí logró culminar sus estudios de Administración de Empresas en la era de recuperación institucional de Carlos Caicedo. Nunca pensó en ser el primer mandatario de la ciudad, piensa que todo se fue dando por la necesidad de mantener un esquema de gobierno. “Cuando la clase política sacó al doctor Caicedo de la Universidad, yo renuncié. Entonces hicimos un experimento al lanzarme al concejo y saqué 1.740 votos sin comprar uno solo, sin maquinaria. Esta fue una muestra que la causa era la defensa de la Universidad y de un proyecto que le pudiera mostrar a Colombia, que si las entidades públicas se administran bien pueden darles oportunidades a todos”, precisa Martínez, ya no en un tono calmado, sino fuerte y claro.

“Nunca he tenido una agenda oculta para llegar a la Alcaldía, siempre tuve el apoyo de quienes lideran el movimiento, las cosas se han dado. Un año antes de las elecciones se debía elegir a alguien que le diera continuidad al Cambio; asumí el reto y todo esto cuajó en la campaña política. Le propusimos un programa a la ciudad y lo estamos y lo vamos a seguir cumpliendo”, puntualiza Rafael Martínez.

A su llegada al gobierno distrital nada varió en su vida, pues, según cuenta, sigue manteniendo los mismos valores éticos y culturales que aprendió al lado de su madre y sus tías, por eso le parecen injustas las etiquetas de corrupto que hoy le han endilgado. “Nunca le he pedido a nadie que no investigue, y que en un marco del debido proceso nos demuestren irregularidades, si las hay. Es un sinsabor bien feo, que un juez diga que soy un peligro para la sociedad”, explica Martínez con un poco de nostalgia y pesar por la presunta persecución política vivida.

La tensión en la conversación llegó, cuando agregó con tristeza e impotencia: “yo no me he robado un hijueputa peso. Le embarran el buen nombre y la vida a uno. No aguanta tener que soportar las injusticias de la justicia”.

Todo parecía llegar a su final, pero la idea no era quedarse con el ‘hijueputazo’, queríamos saber cómo esperaba ser recordado al finalizar su mandato, frente a ello señaló, “quiero que recuerden a este Alcalde, como aquel que inició sobre bases sólidas y le dio continuidad a un modelo de gobierno que avanzó muchísimo y que puede avanzar a mejor ritmo”.

Hoy, Rafael Martínez espera con ansias que pase el tiempo para que la justicia se pronuncie, pero mientras ello sucede, sigue a la espera en el sofá de su casa, con gran paciencia en medio de revistas, periódicos, libros y películas, a que el panorama cambie. No dejó pasar esta oportunidad para enviarle un mensaje a los lectores de El Callejero, “por ningún motivo, pase lo que pase, dejen de estudiar, esto es lo único que les garantiza en la vida ascender en las esferas sociales. ¡Ojo! Cuando uno tiene claro para dónde va, nada lo puede desviar, porque en la vida hay muchas dificultades”

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